comprometidos

jueves, 26 de enero de 2012

¿La alegría viene de adentro o de afuera?



Esta ha sido una vieja discusión que se ha mantenido a lo largo de los siglos.

Y no es gratuita esta diferencia. Es que siempre ha habido gente que cree que la alegría viene de adentro y para eso exhiben razones que parecen indiscutibles.

Por ejemplo dicen, que la alegría es un estado gaseoso del alma, que una vez estimulado por sensaciones de bienestar y placer, se convierte en burbujas y que esas burbujas empiezan a recorrer por debajo de la piel y, tras convertirse en cosquillas, llegan a la cara y se convierten en sonrisa en la boca, en picazón de la nariz, en brillo en los ojos, y en los oídos se convierte en un zumbido que irresistiblemente se transforma en carcajada del cuerpo.

Exhiben para eso, como prueba, las caras de unos cuantos, que se ríen sin saber de qué y que son felices sin tener motivos aparentes.

Finalmente, argumentan que la alegría es más veloz que el sonido y que la luz, y que nadie, absolutamente nadie, por poderoso que fuera, puede evitar que ella llegue y tome a la gente desprevenida y ¡zas! se le meta en el alma. Y entonces, todo se arregla, suceden de un solo golpe las cuatro estaciones, o las cinco, o las que sean, porque la gente alegre no acepta límites.

Los que piensan que la alegría viene de afuera, en cambio, argumentan que más allá, lejos, tras del horizonte, siempre las cosas son mejores y causan mayor felicidad. Ellos piensan, y así lo dicen, que a veces llega el viento desde ultramar y llega cargado de alegrías y por un rato todos ríen, y se abrazan, y celebran y se tiran al piso porque no pueden más de la felicidad. Y luego pasa el viento y se pierden las sonrisas. Y pasan después, días o meses, o hasta siglos para que vuelva una brisa, o un aguacero y la alegría se desborde otra vez.

Estos argumentan que para eso se hicieron las carreteras, y las aerovías y las rieles de tren, para que traigan en su carga las alegrías y las sonrisas. Es más, sostienen que para eso se inventaron los trenes y, por ello, viven la vida con la mirada en las vías y pasan sus horas sentados en la estación…esperando.

No es gratuita esta diferencia. Ni es inútil. Si usted siente curiosidad por saber de dónde le viene a veces ese irresistible impulso por ser feliz y reír, con razón o sin ella, venga a esta estación y haga lo que quiera; espere el tren y goce de las sonrisas que trae, o prepare su maleta con todas las alegrías que tiene y cárguela al vagón de las sonrisas para que se vayan a alegrar a otras personas, por allí, por el mundo que le dicen.

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